"Comienza la carrera, a ver quién ganará". Rescato la perorata de ese feriante
que desde que tengo memoria imprime emoción a las carreras de camellos en los
sanfermines. Lo evoco por dos razones: la primera porque al igual que los
camélidos de hojalata, mi camarada Gabriel y servidor comenzamos una carrera en
la que la victoria es, simplemente, llegar a la meta, regresar a casa.
La segunda razón es porque en el lugar desde donde escribo abundan estos
animales jorobados vivos y en forma de souvenir. Tecleo desde Doha, la capital
del reino de Qatar, un minúsculo rincón en la península arábiga en el que las
refinerías de petróleo se empachan de extraer. Hasta el alba de mañana esta será
nuestra parada técnica antes del gran salto. Luce la media luna y en la calle
hace 40 grados.
El vuelo hasta aquí ha sido agradable y enormemente
interesante desde un punto de vista geográfico.
Como si de un enorme mapa
de Google Earth se tratase, hemos ido sobrevolando desde el cielo el
Mediterráneo de Oeste a Este. Hemos visto convertirse en maquetas a Cerdeña,
Italia, y los Balcanes. Hemos atravesado el Bósforo como deben de hacerlo las
gaviotas y hemos cambiado de mundo, penetrando en Oriente a través de la frontera
de Turquía y Siria, planeando luego sobre Iraq.
Contemplando el
atardecer sobre este último país no he podido sino pensar en lo insignificantes
que parecen los conflictos humanos a vista de pájaro, donde no llega el ruido de
las bombas ni los cristales rotos.
Aterrizábamos, cuando Gabri ha
apreciado un curioso detalle en la pantalla de nuestro televisor: la orientación
exacta de la Meca con respecto a nuestro avión.
Vagaremos ahora por la que
parece una ciudad de demostraciones. Como una de esas señoras ricas que se
engalanan hasta el barroquismo, sabiendo que su medida se estima en los kilos de
oro que soporta. Y este país no repara en gastos, que se lo digan al
Barça.
Por la mañana temprano, última etapa hasta nuestro destino, que no
es más que el comienzo. Lejos quedará la Meca, y más lejos la calle Mallorca de
Barcelona, donde ultimamos los detalles de la odisea anoche, amparados por
nuestro amigo Txetxo. Por delante nos queda un periplo por tierra y, salvo
alguna cabalgadura, sobre el hierro de los raíles del Transmongoliano. La idea
es Hong Kong-Xian-Pekin-Ulán Bator-Irkutsk-Moscú.
Más de 10.000
kilómetros nos esperan. Saborearemos tres países, cinco culturas y un millón y
pico de miradas. El viaje, pues, ha comenzado, mañana volaremos rumbo al sol
naciente para darle luego la espalda durante un mes.
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